domingo, 5 de abril de 2020

Otra vez como al principio

5 de abril de 2020, domingo de ramos, empieza la semana santa y hoy es mi último día de trabajo en mi empresa. Mañana me apuntaré como demandante de empleo para poder percibir la prestación por el paro.

En general, tal día como hoy, estaría empezando a disfrutar de la semana santa, pensando en el viaje a hacer o realizándolo; quizás disfrutando de nuevos paisajes, de cielos brillantes o lluvias incómodas, pero disfrutando, soñando en la nueva sensación a llegar, oliendo olores que dejasen en mi memoria señales perennes.

Sin embargo, aquí estoy confinado en mi casa, viendo paisajes y montañas por internet, preguntándome cómo será mi futuro.

Un virus que ni siquiera puede reproducirse por si mismo, ha cambiado todo en el planeta Tierra en tan solo 3 meses. Nos creíamos fuertes, tecnológicos, dominadores, y una insignificante cadena molecular hace que ni siquiera pueda tomar una cerveza con los amigos en un bar, que millones de personas pasen a cobrar subsidios o no sepan si podrán dormir en sus casa dentro de 2 meses, que gente que pasaba unas grandes experiencias en países lejanos luchen desesperadamente por volver a sus hogares, que yo no sepa cuándo volveré a tener una nómina digna.

Domingo de ramos, "el que no estrena el Domingo de Ramos, no tiene pies ni manos", un dicho que mi madre logró que aprendiera a fuerza de repetirlo año tras año en mi infancia, y para que tuviera pies y manos siempre me hacia estrenar unos calcetines, un calzoncillo o una camiseta, algo barato pero nuevo, sus hijos no podían quedarse sin pies y manos.

Domingo de Ramos, una semana, sin colegio o durante muchos años sin trabajo se habría ante nuestro futuro, podríamos ir a montañas mas lejanas, acampar en lugares desconocidos, calarnos hasta los huesos o pasar frio, no importaba Urbión, Gredos, Picos de Europa o Pirineos nos estaban esperando, una semana santa más para abrirse a nuestro ansia de ver paisajes más bonitos, hollar lugares más altos, esos con un "triángulito" en los mapas topográficos, 2200, 2500, 3000, números que te hacían aumentar tu orgullo. Todo pensado, desde hacia meses, con los colegas o la familia, trenes, autobuses, macutos llenos, botas pesadas, ilusión desbordante.

Y sin embargo confinados, esperando llegar a un puñetero pico de una gráfica que no sabemos quien la dibuja, para que al menos, alguien nos hable del final del túnel, o nos de esperanza de que lo vamos a superar. Y yo cuando acabe ésto, que seguro acabará, a buscar trabajo. Y todo lo ha logrado una cadena molecular, que curiosa es la naturaleza y que prepotente es o quizás era el hombre.